I
El problema de la conexión entre el programa revolucionario y la organización del partido proletario es hoy, sin duda, un asunto de importancia central. Sin embargo, su necesidad histórica no se refleja en la consciencia de nuestros camaradas con fuerza y nitidez. No es extraño, entonces, que de la incapacidad para captar esta tendencia política del desarrollo de la lucha de clases surja un suspiro ideológico que no hace más que agravar la comprensión y solución del problema, transponiendo con una frase la “cosa misma” y reemplazando con simples consignas las tareas políticas objetivas. La importancia política y teórica de la organización de los revolucionarios y su base y dirección histórica ha adoptado hoy, una vez más, una forma falsa y caótica, y por lo mismo sólo ha podido encontrar una manifestación en una forma abstracta: el “llamado” a la construcción del “Partido de la Revolución”. En este “llamado” se muestra toda la confusión de nuestro movimiento. En este desplazamiento del programa de acción por su significado puramente formal, en este abandono de la tarea de construcción de partidos revolucionarios de combate y su reemplazo por su “consigna”, por su “idea”, se encuentran reflejados los pilares de la debilidad de todo el trotskismo nacional. Marx decía: “la propia tarea sólo surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando menos, se hallan en proceso de devenir” (Prólogo a la Contribución…). Pero nuestros trotskistas creen que enunciando la tarea basta; se niegan a desarrollarla, profundizarla y cumplirla. Ya que esta forma retorcida de claridad política orgánica -el “llamado” y su fórmula abstracta- en las condiciones actuales de desarrollo de estos partidos y en relación al nivel de sus métodos de trabajo, no funciona más que como acertijo histórico despachado a las masas trabajadoras sin consciencia ni verdadero interés. El joven trotskismo debe ahorrarse el esfuerzo de hacer llamados infantiles, debe comunicar al conjunto del proletariado y el pueblo esta tarea desarrollándola, debe sugerir la consigna poniendo en marcha el programa transicional de la revolución socialista y poniendo en práctica el proceso de construcción de los partidos bolcheviques de combate; sólo así, “no separando mecánicamente las cuestiones políticas de las cuestiones de organización” (Lenin), reconstruyendo, en suma, la unidad de la teoría y la praxis revolucionaria, el movimiento revolucionario chileno se orientará a la victoria.
II
Para buscar las deficiencias políticas y orgánicas del trotskismo chileno no debemos ir tan lejos. Ya la composición social de clase de estos partidos nos abre la perspectiva de la totalidad. Un partido es el representante político de una clase, de sus fracciones y gradaciones, y no puede sustraerse a sus intereses y objetivos históricos y coyunturales; por otro lado, no puede tampoco abstraerse del desarrollo general de la sociedad burguesa, de sus tendencias políticas estructurales, ni de sus cristalizaciones ideológicas, etc. En tanto el componente orgánico proletario de estos partidos es débil, el peso relativo de las clases no-proletarias acaba por determinar la orientación y el método de sus programas, pero fundamentalmente, la forma y los métodos de la construcción de sus partidos, introduciendo elementos ajenos las forma de organización y combate históricas del movimiento obrero. Si bien la historia del trotskismo ha demostrado que la ortodoxia trotskista se refiere únicamente al programa y al método dialéctico materialista que lo sustenta [a la táctica y la estrategia de la revolución permanente; a la concepción dialéctica del desarrollo histórico–natural como un desarrollo desigual y combinado; a la vinculación de las tareas inmediatas de lucha económica y política de la clase obrera y las tareas de construcción socialistas, es decir, al programa de transición; a la vinculación estructural y de necesidad objetiva entre el cumplimiento de las tareas de la revolución democrática y el desarrollo y triunfo de la revolución proletaria socialista; etc.] la actual tendencia decreciente del trotskismo como continuidad histórica del marxismo revolucionario, del bolchevismo, se debe principalmente a la diferencia y desigualdad entre las formas de construcción de partido y esa “ortodoxia”, es decir, el que nunca hayan logrado asimilar y desarrollar los métodos bolcheviques y leninistas de construcción de partido. El trotskismo chileno actual no hace nada por siquiera plantear esta dificultad, es más, se aferran a sus viciados métodos, equívocos y nefastos. La continuidad del trotskismo revolucionario pasa por la reorientación hacia sus raíces, hacia los métodos de construcción bolcheviques: la concepción leninista del partido es la condición para el sostenimiento del programa de la revolución permanente [Octubre de 1917].
III
No introduciríamos nada concreto a este análisis si no detalláramos críticamente el carácter de estos métodos de construcción de partidos, y sus tipos. Estos métodos, como insinuábamos, no pueden sino relacionarse con determinadas directrices políticas que las reflejan y las sustentan. Hoy son claras dos tendencias orgánicas: la estructura del grupo de propaganda y la estructura de sección internacional. Ambas tendencias cantan el mismo coro: la estridencia programática que esconde la incompetencia orgánica. En el primer grupo destaca un obrerismo estrecho y petulante unido a un intelectualismo típico de aficionados periodistas o “cuadros” universitarios; también se esconde entre los poros de estos grupos una idolatría mesiánica y a veces con rasgos esquizofrénicos por los sindicatos y el fetiche de la CUT. Dicho sea de paso: he aquí una muestra de lo peor de este pseudo-trotskismo pablista: “¡Que la CUT se ponga a la cabeza de la movilizaciones!, ¡Que el PC se ponga a la cabeza!”. En este caso la hegemonía estalinista se manifiesta como necesidad de conciliación, como aporía de la contradicción, como la imposibilidad de romper, superar y destruir dicha hegemonía al interior del movimiento obrero y su vanguardia revolucionaria más que en su terreno, con sus métodos y bajo su tutela. Es increíble como la negación por la negación, sin ninguna perspectiva real de superación (es decir, el rechazo pablista al desarrollo de los métodos bolcheviques de construcción del partido de la revolución mundial y a su independencia política clase) se transforma en afirmación y profundización del estalinismo. Otro tanto ocurre con las “secciones”, que muchas veces contienen a los grupos de propaganda, pero los organizan en una forma desarrollada: las distintas capillas internacionalistas no representan más que una famélica burocracia proto-profesional, que concentra su actividad y sus recursos en la difusión y generalización de líneas programáticas archi repetidas y falseadas (negación del programa de transición, llamados a la “V Internacional”, etc.); sazonadas con una “historia crítica” de sus fracciones, tendencias, quiebres, en suma, de su propia derrota y descomposición. Sin embargo, el peso de las “Internacionales” sobre sus secciones abre nuevos rumbos (igualmente desdibujados) para el desarrollo de los métodos psuedo-trotskistas de construcción de partido: en ellos opera la transición desde grupos de propaganda de composición pequeño-burguesa/obrera a grupos políticos burocratizados (que conservando su contenido de clase lo “despolitizan” concretamente), que se alimentan de una estructura heredada e importada y de un programa igualmente ajeno. He aquí la otra cara de la conciliación con el estalinismo: mientras en su forma simple de desarrollo el pseudo-trotskismo recurre a una identificación de su programa y la táctica del frente único, y luego, a constituirse en un apéndice cancerígeno del estalinismo e incrustar parásitos “entristas” en los “partidos con base obrera” de la socialdemocracia; pero cuando arremeten los burócratas “internacionalistas”, este pseudo-trotskismo cristaliza en una banda de gendarmes al interior de las secciones, adoptando la tendencia a la generalización equívoca del programa de la revolución mundial, cuando en realidad no hacen sino plantear invertidamente el discurso estalinista del capitalismo mundial como suma de sus partes: se aferran a bastiones cada vez más lejanos para construir una política universalista que despoja de contenido concreto sus elementos dependientes y antagónicos, y los relega a la reproducción a escala de la caricatura de la política internacional. Pero abandonados a su suerte, los nichos de propaganda -como protoforma de organización- tienden a la constitución de frentes fantasmas de lucha como único intento fracasado de llevar a cabo una política de alianzas revolucionaria y de frente único real. Y también, este miserable juego infantil se replica desarrollado en las capillas: la cantidad de secciones reflejan solo diferencias accesorias, fútiles y burdas, que sin embargo, sirven para potenciar el reflejo idealizado de la superioridad “internacional”, como antídoto ideológico contra la inferioridad “local”, en la arena inmediata y relativamente específica de la lucha de clases. No hay “Internacional” trotskista que haya servido de forma mediadora entre la teoría y la práctica revolucionaria, entre la forma nacional y el contenido internacional de la lucha de clases; es decir, no ha constituido una organización en el sentido leninista de la palabra (¿qué le pasó a los trotskistas latinoamericanos con la OCI?… el matonaje burocrático no es privativo de los estalinistas). Finalmente, no es extraño que para estos grupos la prensa sea el medio inmediato y básico para la organización colectiva. Pero en tanto este “edificio” no se diversifica, en tanto la vinculación con las luchas del movimiento obrero todavía se da de palabra y no de hecho, no hace este método de construcción más que degenerar. Sus órganos de prensa así no hacen más que reflejar sus contradicciones internas, externas y los límites de sus procesos de construcción de partido (En otra ocasión abordaremos esto).
IV
Es necesario repetirlo: toda esta reflexión es posible y necesaria porque hay un nuevo periodo histórico abierto (al menos 25 años) que reclama la transición hacia un proceso de construcción de nuevos partidos revolucionarios de combate. El nuevo nivel de desarrollo de la dictadura de la burguesía nacional, la naturaleza de las relaciones y conflictos entre sus dos fracciones (y también el contenido y sentido de su unidad política y económica), los nuevos métodos de represión policial-judicial, la debilidad crónica de las organizaciones sindicales, obreras y populares, la movilización descentralizada de los obreros aunque permanente y creciente, la incólume hegemonía de la socialdemocracia y los oportunistas, etc. todo estos elementos no hacen más que reafirmar una vieja tesis: las organizaciones de los revolucionarios deben superar los métodos de trabajo simples, artesanales, para avanzar hacia métodos y formas de acción revolucionarias, “profesionales”, conspirativas, insurreccionales. La rosa de la huelga general, como florecimiento crítico de la debacle del viejo mundo capitalista, debe cortarse con la hoja de la insurrección armada, y coronarse con la dictadura del proletariado, bajo la forma de un gobierno obrero y popular. Esta gran tarea histórica exige métodos precisos, cuidados, certeros; exige claridad política, agudeza, sangre y decisión. La experiencia política reciente, por ejemplo, la construcción de organizaciones “federadas” como el JPM, el BxS y el MPT demuestran lo siguiente: el método de unificación (es decir, la delimitación que parte de la agrupación y no de la absorción) no ha demostrada ser correcto, útil ni exitoso, y con esto revela su carácter innecesario, históricamente prescindible. El trotskismo que se engaña todavía con más tipos de entrismo “sui generis” únicamente sigue la tendencia de capitulación del pablismo. Estas instancias de lucha conjunta pero diferenciada, de frente único, no deben volver a abortar en las quijotadas de los trotskistas que se replegaron en el MIR y se suicidaron políticamente destruyendo sus propias organizaciones (el POR, p. ej.) para, mediante el ingenuo control de los “programas”, las “declaraciones de principios” y los “documentos”, suponer que controlan efectivamente esas organizaciones cuando son precisamente ellos los controlados por los centristas. El golpe de timón centrista (p. ej. del MIR 69’ “en respuesta a los trotskistas”) es la válvula de escape habitual en estos casos dada la esterilidad política del “entrismo programático”, y no es sino una forma desfigurada de la búsqueda instintiva del proletariado para arribar a una concepción y un método de construcción del partido del proletariado, que sobrepase y supere la hegemonía y centralización estalinista y reformista, es decir, un camino para construir la historia y la revolución en la práctica y no sólo en el programa. Nosotros debemos adelantarnos e iniciar sin demora el camino de la organización revolucionaria proletaria. Las tendencias organizativas cuya posibilidad ha abierto la represión y la política de pactos de la burguesía nacional hacen urgente una nueva formación de los cuadros revolucionarios y del elevamiento del nivel teórico político del conjunto de la clase obrera. Por lo mismo, la consigna, la forma del “llamado” a la construcción del “Partido de la Revolución” debe hacerse carne, desarrollarse prácticamente, llevarse a cabo sin parloteos ni griteríos histéricos. Debe ser un trabajo de hormiga, de acumulación paciente, que sólo se corroborará en la práctica y se hará notar por su poder de absorción y centralización de las fuerzas políticas revolucionarias; forjando a sus nuevos destacamentos en hierro ardiente, educando a los cuadros en y con la crítica marxista del capitalismo, con el desarrollo de la disciplina y la democracia proletaria, etc. Para todo ello las condiciones existen, para no decir que se comienzan a descomponer. Reiteramos: este nuevo proceso de construcción de partidos no pasa por la unificación ideológica, sino por la transformación de los métodos de trabajo político y organizativo y por acumulación de cuadros educados para llevar a cabo la revolución. No debemos olvidar, por otro lado, que –casi siempre- es la claridad programática la que, en última instancia y ante variedades del fenómeno de organización, permite la supervivencia del proyecto revolucionario proletario frente a otros (pequeño burgueses, centristas, etc.). He aquí la fuerza de los trotskistas. Pero he aquí su debilidad: padece la enfermedad crónica e infantil de la organización del partido, la falta de una soldadura entre sus partidos y la clase obrera y la falta de continuidad en su trabajo político revolucionario. Pero, no se mal entienda, esta no es una tarea “única” de “trotskistas”, aunque la crítica esté escrita para nosotros. El programa del trotskismo es el programa del desarrollo objetivo de la historia de la lucha de clases, la revolución permanente es una táctica y estrategia de las necesidades históricas objetivas; no es necesario ser odontólogo para sacarse un diente. Pero la muela del capitalismo, la explotación y la barbarie sólo puede ser arrancada cuando transitemos hacia la construcción de verdaderos partidos y cuadros revolucionarios de combate: esta es la tarea general de las organizaciones políticas de vanguardia del proletariado chileno.