La lucha en torno a una Asamblea Constituyente será el eje del proceso político, durante este año 2020. No sólo porque el movimiento popular ha exigido con fuerza su convocatoria, como parte de las demandas de la revuelta de Octubre, sino porque los propios poderosos y explotadores han querido dar rango constitucional a las diferencias surgidas de esta crisis, y bajo la presión de las fuerzas armadas, han incitado a sus políticos, parlamentarios y gobernantes a encausar esta reivindicación.
Como podía esperarse, el Proceso Constituyente que surgió del Acuerdo de Noviembre, que incluye el Plebiscito del 26 de Abril, no contempla la organización de una Asamblea Constituyente Libre y Soberana. Sus intereses se reducen, únicamente, a la redacción de una Nueva Constitución: por un Congreso Constituyente, con participación exclusiva de parlamentarios en ejercicio, o una Convención Constituyente, con un 50% de nuevos representantes. Pero una verdadera Asamblea Constituyente, que se proponga la refundación de las bases de la sociedad, la transformación del Estado y sus instituciones, de la economía y la ecología, de la cultura y la vida cotidiana, etc. no forma parte de sus objetivos. Nos enfrentamos entonces al dilema fundamental, que recorrerá todo este 2020: ¿cómo se pueden cumplir los objetivos de la Asamblea Constituyente, sin una Asamblea Constituyente?
El bloque dominante previó esta situación, y por ello, encadenó el Plebiscito contra la Constitución de Lagos-Pinochet a la Convención/Congreso Constituyente. Si el movimiento popular demanda una Nueva Constitución, tendrá que hacerlo atravesando el laberinto constitucional, sin tocar las verdaderas bases del Estado Pinochetista. Enceguecido de promesas, artículos e incisos, no mirará las raíces de su opresión y explotación cotidiana, y en cambio confiando a las mismas instituciones que hoy lo reprimen y engañan, la creación de la Nueva Constitución.
Pero aceptemos la hipótesis de que este Proceso Constituyente pueda darla, pese a las paradojas anteriores. ¿Qué cambios sustanciales en el Estado y la sociedad podrá implementar un nuevo texto constitucional? Todos aquellos que no afecten las posiciones actuales de los funcionarios políticos, militares, policiales, judiciales e ideólogos de las instituciones que garantizarán el proceso constituyente. ¿Podrá incidir sobre la estructura bicameral del Congreso? ¿Podrá reducir la potestad tiránica del Ejecutivo? ¿Podrá acabar con el sesgo clasista del Poder Judicial? ¿Podrá disolver las Fuerzas Especiales o disminuir gasto militar? ¿Podrá acabar con los privilegios tributarios de las Iglesias y Fundaciones? ¿Eliminará el monopolio sobre los medios de comunicación social? Todo parece indicar que la Nueva Constitución, si es por la vía del Proceso Constituyente, tendrá que atravesar un extenso laberinto, a final del cual no hay ninguna garantía real de que los cambios que el movimiento popular demanda sean implementados. ¿Por qué? Precisamente porque quienes garantizarán el proceso ostentan el poder y los privilegios que la Nueva Constitución pretende derogar.
Entonces, ¿cómo puede abrirse camino una verdadera Asamblea Constituyente, que instaure cambios radicales y sustanciales en la sociedad, aquellos que el pueblo quiere y necesita? Primero, saliendo del laberinto del Proceso Constituyente. Esto suena simple, pero no lo es tanto. Para un extenso sector del pueblo, el Plebiscito representa un hito político en que puede manifestar su repudio a la Constitución de Lagos-Pinochet; el decurso del proceso, si es Convención o Congreso, no les parece tan claro como sí lo es el rechazo a vieja Constitución. Tenemos que estar con ese sector, aún quienes no tengamos esperanza alguna en el Proceso Constituyente organizado por la clase dominante. Apoyando su repudio al Estado pinochetista, aunque sea en las urnas, podremos mañana recibir su apoyo para salir del laberinto. ¿Pero cómo salimos? La respuesta está en la huelga de masas.
Durante marzo se desarrollará una extensa movilización popular, que ya no tendrá sólo carácter de resistencia contra la represión, sino que se propondrá la conquista de nuevas y más avanzadas posiciones de fuerza. Antes o después del Plebiscito, la Asamblea Constituyente debe ser convocada. Dependerá de la energía desplegada por la Huelga Feminista, por el rechazo al aniversario del gobierno, por los paros y jornadas de protesta sectoriales, por la conmemoración del Joven Combatiente, etc. Si la huelga de masas logra extenderse por el territorio y multiplicar el poder de las organizaciones populares, entonces no habrá enemigo capaz de impedir que sea una Asamblea Constituyente, y no un ladino Proceso Constituyente hecho a la medida de los intereses del capital y su Estado, la que lleve a cabo los anhelos y esperanzas nacidos durante la revuelta de Octubre. Es cierto que esto no asegura la victoria. Que quedará mucho camino por recorrer. Que los peligros y amenazas se redoblarán. Pero, al mismo tiempo, la puebla rebelde de Octubre correrá nuevamente el cerco de lo posible, llevando a sus límites históricos la democracia burguesa, patriarcal y colonial. Sólo entonces será evidente que, para desarrollar todos los cambios y transformaciones necesarias, habrá que ajustar cuentas con el capitalismo. Ese mismo que financia la represión y el engaño. Que destruye la naturaleza y las relaciones humanas. El que se concentra en un 6% para la penuria y privaciones del 94% de la población. La riqueza de los capitalistas, dará bienestar y felicidad definitiva a nuestra clase, sólo cuando sea socializada por una revolución.
Cuyuncaví, 2020